EL EXTRAÑO CASO DEL NIÑO SIN NOMBRE
La historia se remonta a un día de invierno de 1998.
Yo nací en una casita situada en un monte de los Alpes.
En ese momento llamaron a la puerta.
Mis padres se extrañaron porque mi hermano William no volvía a casa hasta la noche. Sólo podía ser el cartero con un mensaje urgente.
Mi padre abrió la puerta, ya que mi madre me sostenía en sus brazos y estaba reposando.
Efectivamente, era el cartero. Nos anunció que mi hermano William había muerto en un accidente de avioneta.
Mis padres se echaron a llorar.
William tenía diecinueve años, era biólogo y se pasaba todo el día fuera de casa.
Yo no conocí a mi hermano, tan sólo escuché rumores sobre él.
Fui creciendo y un día mi padre Tom y mi madre Carol se reunieron para contarme cosas de mi hermano William.
Me contaron lo mismo que yo ya sabía por rumores, pero nada más.
Yo me pasaba todo el día dentro de mi casa porque no podía ir al colegio, que estaba a 200 millas (321 Km.)de esta.
Mis padres me enseñaron a leer y escribir, aprendí por mi cuenta a realizar todo tipo de operaciones.
Con el paso del tiempo, al ser lo bastante mayor, me explicaron todos los peligros de fuera de casa.
Manejar una escopeta no era fácil para mí y por eso no pude salir.
Cumplidos los veinte años, uno más que mi hermano, salí de casa por primera vez.
Era verano, pero tenía mucho frío, por eso mi madre Carol me cosió una chaqueta de piel de oso y un gorro de lana.
Quería ser biólogo como mi hermano, pero mis padres temían que me ocurriese lo mismo que a William.
Con el tiempo me acostumbré al frío pero estaba ya harto.
No quería salir de casa y entré en mi cuarto para leer.
El libro era muy interesante. Trataba de un safari y contaba la historia de un biólogo que realizaba observaciones sobre un león al que llamaba Sansón, porque era tan grande como él.
Yo quería ir a Africa para ver el safari y ser biólogo como el hombre del libro que leí.
Se lo conté a mis padres, pero no querían que me fuese.
Cumplí veintisiete años y pregunté a mis padres lo de ir a África. Y por sorpresa me dijeron que sí, porque era lo bastante mayor.
Metí toda la ropa del armario en una maleta, en otra libros -entre ellos uno de William y el mío del safari- y, cómo no, la escopeta.
Llegó la hora de partir, me despedí de mis padres y empecé a bajar el monte, pero no me podía ir sin dinero. Subí a mi casa, llamé a la puerta y, una vez con el dinero, me fui otra vez monte abajo.
Llegué a una ciudad y pregunté donde se conseguían los billetes de avión para África.
Un buen hombre me lo explicó todo muy bien.
Llegué al aeropuerto, esperé sentado en una especie de silla y escuché una voz muy fuerte, que no sé de dónde procedía, diciendo: “Rumbo a áfrica, pasajeros, rumbo a África”.
Seguí a la muchedumbre que se dirigía a una mujer muy bien vestida y, como todos sacaban del bolsillo sus billetes, yo saqué el mío.
Dí el billete a la mujer; parecía que se lo quedaba y seguí por aquel pasillo.
Pero la mujer se dirigió a mí corriendo y me devolvió el papel con un agujero.
Entré al avión y otra mujer me cogió el billete. Yo, pensando que me lo quería quitar, salí corriendo y ella detrás de mí.
Me explicó para qué era y yo, rojo como un tomate, se lo di. Ella me dijo dónde me tenía que sentar.
Para mí era nuevo todo aquello, pero aprendí algo.
Una vez que aterrizamos y salí del avión me dio mucho calor.
Entré en una tienda y me compré ropa fresquita y un sombrero de safari, según lo que ponía en el ticket.
Aquella ropa era muy incómoda, porque no estaba acostumbrado.
Un coche negro se acercó a mí, se abrió la puerta y un hombre me metió dentro del coche.
El hombre empezó a hablar, dijo que conocia a mi hermano y que sabía que yo quería ser biólogo.
Yo no sé cómo lo sabía porque aquellas palabras jamás habían salido de mi casa y, además, a nadie se le ocurrió subir a nuestra casa en los Alpes, excepto el cartero.
Y puede que fuese él quien dio la noticia.
Entonces recordé la cara del cartero y era aquel hombre.
Paramos el coche en una cabaña rodeada de un campo que me recordó al safari.
Dentro de la cabaña tenía todo tipo de pistolas y unos animales que no daban señales de vida y tenían la cara atravesada por la pared.
Salí fuera para ver su cuerpo, pero no tenían.
Entré y medieron una escopeta negra con el mango de madera, era más bonita que la mía.
Nos montamos en el coche y al rato paramos, miré por la ventana y vi a Sansón.
Me explicaron cómo se diferencia el macho de la hembra ¡cosa fácil!
Me dieron un objeto con dos tubos y un cristal y me dijeron que eran unos gemelos.
Yo no sabía cómo se usaban, pero, por intuición, me los puse en ls ojos y miré. Se veía muy lejos.
Me explicaron cómo se podía mirar y, como siempre, acabé rojo como un tomate.
Seguimos el camino y vimos un animal super alto, era una jirafa, según el cartero y el conductor.
Todo aquello era precioso.
Me quise apear del coche y me dejaron, pero con aquella escopeta.
Escuché unos pasos por detrás y después un rugido de león.
Era Sansón, me acerqué a él y él, con cara de furia, se acercó también, el conductor dio marcha atrás al coche y el cartero abrió la puerta, me cogió del cuerpo y pegó un tirón para meterme dentro del coche. Me explicó que me podía matar.
Cumplí veintinueve años y conseguí ser biólogo.
¡Así me paso la vida!
Un día recibí una carta de mis padres en la que me decían cómo me llamaba.
Porque ni siquiera me lo dijeron cuando nací.
¡Ah, me llamo Peter!
BLANCA BAS PÉREZ, 6ºA
La historia se remonta a un día de invierno de 1998.
Yo nací en una casita situada en un monte de los Alpes.
En ese momento llamaron a la puerta.
Mis padres se extrañaron porque mi hermano William no volvía a casa hasta la noche. Sólo podía ser el cartero con un mensaje urgente.
Mi padre abrió la puerta, ya que mi madre me sostenía en sus brazos y estaba reposando.
Efectivamente, era el cartero. Nos anunció que mi hermano William había muerto en un accidente de avioneta.
Mis padres se echaron a llorar.
William tenía diecinueve años, era biólogo y se pasaba todo el día fuera de casa.
Yo no conocí a mi hermano, tan sólo escuché rumores sobre él.
Fui creciendo y un día mi padre Tom y mi madre Carol se reunieron para contarme cosas de mi hermano William.
Me contaron lo mismo que yo ya sabía por rumores, pero nada más.
Yo me pasaba todo el día dentro de mi casa porque no podía ir al colegio, que estaba a 200 millas (321 Km.)de esta.
Mis padres me enseñaron a leer y escribir, aprendí por mi cuenta a realizar todo tipo de operaciones.
Con el paso del tiempo, al ser lo bastante mayor, me explicaron todos los peligros de fuera de casa.
Manejar una escopeta no era fácil para mí y por eso no pude salir.
Cumplidos los veinte años, uno más que mi hermano, salí de casa por primera vez.
Era verano, pero tenía mucho frío, por eso mi madre Carol me cosió una chaqueta de piel de oso y un gorro de lana.
Quería ser biólogo como mi hermano, pero mis padres temían que me ocurriese lo mismo que a William.
Con el tiempo me acostumbré al frío pero estaba ya harto.
No quería salir de casa y entré en mi cuarto para leer.
El libro era muy interesante. Trataba de un safari y contaba la historia de un biólogo que realizaba observaciones sobre un león al que llamaba Sansón, porque era tan grande como él.
Yo quería ir a Africa para ver el safari y ser biólogo como el hombre del libro que leí.
Se lo conté a mis padres, pero no querían que me fuese.
Cumplí veintisiete años y pregunté a mis padres lo de ir a África. Y por sorpresa me dijeron que sí, porque era lo bastante mayor.
Metí toda la ropa del armario en una maleta, en otra libros -entre ellos uno de William y el mío del safari- y, cómo no, la escopeta.
Llegó la hora de partir, me despedí de mis padres y empecé a bajar el monte, pero no me podía ir sin dinero. Subí a mi casa, llamé a la puerta y, una vez con el dinero, me fui otra vez monte abajo.
Llegué a una ciudad y pregunté donde se conseguían los billetes de avión para África.
Un buen hombre me lo explicó todo muy bien.
Llegué al aeropuerto, esperé sentado en una especie de silla y escuché una voz muy fuerte, que no sé de dónde procedía, diciendo: “Rumbo a áfrica, pasajeros, rumbo a África”.
Seguí a la muchedumbre que se dirigía a una mujer muy bien vestida y, como todos sacaban del bolsillo sus billetes, yo saqué el mío.
Dí el billete a la mujer; parecía que se lo quedaba y seguí por aquel pasillo.
Pero la mujer se dirigió a mí corriendo y me devolvió el papel con un agujero.
Entré al avión y otra mujer me cogió el billete. Yo, pensando que me lo quería quitar, salí corriendo y ella detrás de mí.
Me explicó para qué era y yo, rojo como un tomate, se lo di. Ella me dijo dónde me tenía que sentar.
Para mí era nuevo todo aquello, pero aprendí algo.
Una vez que aterrizamos y salí del avión me dio mucho calor.
Entré en una tienda y me compré ropa fresquita y un sombrero de safari, según lo que ponía en el ticket.
Aquella ropa era muy incómoda, porque no estaba acostumbrado.
Un coche negro se acercó a mí, se abrió la puerta y un hombre me metió dentro del coche.
El hombre empezó a hablar, dijo que conocia a mi hermano y que sabía que yo quería ser biólogo.
Yo no sé cómo lo sabía porque aquellas palabras jamás habían salido de mi casa y, además, a nadie se le ocurrió subir a nuestra casa en los Alpes, excepto el cartero.
Y puede que fuese él quien dio la noticia.
Entonces recordé la cara del cartero y era aquel hombre.
Paramos el coche en una cabaña rodeada de un campo que me recordó al safari.
Dentro de la cabaña tenía todo tipo de pistolas y unos animales que no daban señales de vida y tenían la cara atravesada por la pared.
Salí fuera para ver su cuerpo, pero no tenían.
Entré y medieron una escopeta negra con el mango de madera, era más bonita que la mía.
Nos montamos en el coche y al rato paramos, miré por la ventana y vi a Sansón.
Me explicaron cómo se diferencia el macho de la hembra ¡cosa fácil!
Me dieron un objeto con dos tubos y un cristal y me dijeron que eran unos gemelos.
Yo no sabía cómo se usaban, pero, por intuición, me los puse en ls ojos y miré. Se veía muy lejos.
Me explicaron cómo se podía mirar y, como siempre, acabé rojo como un tomate.
Seguimos el camino y vimos un animal super alto, era una jirafa, según el cartero y el conductor.
Todo aquello era precioso.
Me quise apear del coche y me dejaron, pero con aquella escopeta.
Escuché unos pasos por detrás y después un rugido de león.
Era Sansón, me acerqué a él y él, con cara de furia, se acercó también, el conductor dio marcha atrás al coche y el cartero abrió la puerta, me cogió del cuerpo y pegó un tirón para meterme dentro del coche. Me explicó que me podía matar.
Cumplí veintinueve años y conseguí ser biólogo.
¡Así me paso la vida!
Un día recibí una carta de mis padres en la que me decían cómo me llamaba.
Porque ni siquiera me lo dijeron cuando nací.
¡Ah, me llamo Peter!
BLANCA BAS PÉREZ, 6ºA
es muy bonito.
ResponderEliminarES BONITO
ResponderEliminarBlanca esta muy entrtenido , esta supermegaescalidrofico biiiiiiiiiiiieeeeeeeeeeeeeeeen. by david m.
ResponderEliminarMe gusto mucho el cuento, sigue escribiendo más de estos cuentos.Y si podrian que sean iguales de buenos como este, esperamos tu siguiente cuento.
ResponderEliminaresta muy chulo jajaja=)=)=)Jose Manuel
ResponderEliminarNo se que decirte mas esta muy bien Blanki.By David M.
ResponderEliminarBlanca sta muy bien.Haber si escribes otro igual
ResponderEliminarFrancisco Martinez
Me encanta tu historia.
ResponderEliminarBlanca esta mu chuloo me encanta!!=) paula
ResponderEliminarBlanca , tu historia esta muy chula , que digo , chulísima
ResponderEliminarivan
Blanca sigue asi que puedes llegar a mucho.=D
ResponderEliminarLo que me gusta de este escrito es la estructura de la historia, su agilidad, la precisión de su lenguaje, lo fácil que resulta de imaginar y la originalidad del tema, con el sorprendente final.
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