viernes, 28 de mayo de 2010

jueves, 27 de mayo de 2010

El agua en la Granada árabe


Poema de Abú‑l‑Hasan b. M álik de Granada, traducción de Emilio García Gómez.
(Si le das la vuelta a la imagen verás en el agua el reflejo de tu propia fragilidad)

Al oriente, el estanque de la aurora
se vuelve océano agitado.
Las palomas se llaman angustiadas,
como si temieran ahogarse,
llorando en el follaje crepuscular.

sábado, 15 de mayo de 2010

REDACCIÓN DE ÁLVARO ILLESCAS


Todo pasó rápidamente, ni siquiera me acuerdo de que camino tomé, estaba completamente desorientado, me encontraba en esos momentos en un extraño claro repleto de almendros en flor, los rosados pétalos caían del árbol por el viento haciendo un remolino entorno a mí, empecé a parpadear débilmente, cuando entonces entre destellos de luz se abrió ante mí una hermosa vereda con un arco de rosas entrelazadas.

Decidí acceder a ella como última esperanza de volver a casa, aunque no estaba muy seguro de lo que hacía, estaba demasiado confuso como para tener las ideas claras, así que atravesé el precioso arco y frente a mi presencié un camino de álamos que llevaba hasta un pequeño pueblo que se extendía a lo lejos.

El tejado de las casas terminaba en una bonita punta en forma de esfera de color dorado, las tejas eran de color azul intenso, y las fachadas de color blanco; todas las ventanas estaban decoradas por unas rejas de un arte para mí desconocido, los hierros que las formaban estaban excesivamente retorcidos acabando en flores que se juntaban entre sí formando un sol, en el que dentro estaba dibujado una hoja acorazonada.

Cuando ya me encontraba en el diminuto poblado fui testigo de algo totalmente inaudito: en un lago que se situaba justo al lado de la aldea, unas bellísimas mujeres de pálida faz se paseaban flotando por el agua mediante unas colosales hojas de higuera, dejando tras de sí ondas concéntricas de fuerte color plateado, pero lo más impactante fue cuando comprobé que tan hermosas mujeres poseían detrás de su espalda unas idílicas y coloridas alas brillantes como diamantes.

Tras ver esto, pensé que estaba perdiendo el juicio, que el hambre me hacia delirar, o cualquier cosa por el estilo, pero entonces, una de las mujeres me vio y de un susto avisó de mi presencia a las demás muchachas en una misteriosa lengua. Así pues, me asusté, pero todo se acabó cuando comprobé que ellas se acercaban a mi agradablemente; me cogieron de la mano y me llevaron al centro del bosque donde se encontraba una bella cascada, que al desprender el agua parecía tejer hilos de plata, que se destrozaban al rebotar estrepitosamente con el agua del lago, como cuando un espejo se rompe en añicos.

Repentinamente me empezaron a alimentar con jugosas y frescas fresas recién recogidas del matorral, también en la cesta de donde cogían los frutos había moras que se deshacían al entrar en contacto con mi gozosa lengua, que disfrutaba con todos aquellos manjares.

Después de todo el festín recogieron violetas, lirios, rosas, lavanda, magnolias y muchas otras flores, y seguidamente empezaron a engalanarme con ellas delicadamente. Entonces entre risas me levantaron, me cogieron de la mano de nuevo y empezamos a atravesar el frondoso bosque velozmente.

Estas enigmáticas ninfas poseían unos pies muy ligeros, al correr parecía que ni siquiera tocaban la húmeda hierba y que se deslizaban flotando por el aire elegantemente, como cisnes paseando por el agua. Cuando terminamos la travesía, estaba jadeante, ellas alcanzaban velocidades extremas, sin embargo yo, durante todo el camino me esforzaba por alcanzarlas, pero me resultaba imposible, eran demasiado rápidas.

Pero la alegría entró en mi alma al ver de nuevo mi pueblo; las singulares musas me habían llevado hasta casa, debía estarles agradecido, pero, al darme la vuelta para darle las gracias por todo lo hecho desaparecieron al instante, se esfumaron dejando un cristalino polvo en el aire, que ascendía al cielo.

Me decepcioné, aunque sin pensármelo un instante más, corrí hacía mi hogar, que era lo verdaderamente importante; allí me esperaba mamá llorando por mi pérdida sobre la mesa, pero posé mi mano sobre su hombro, y mamá, dándose la vuelta, de un brinco me abrazó fuertemente y entre besos y abrazos le empecé a contar todo lo ocurrido….aunque jamás me llegó a creer.


Álvaro Illescas Ruíz- 6ºA