viernes, 18 de diciembre de 2009

EL HELIOATRA


El helioatra, también conocido como el guardián del sol, es un animal enigmático y de costumbres crepusculares.

Las antiguas culturas como la egipcia lo relacionaban con Ra, por ser, como cuenta la leyenda, su mascota. También los griegos decían que el helioatra era una fiera domada por Apolo, que tenía la misión de guardar el sol en el horizonte.


Algunos de los libros sagrados describen al helioatra como un animal no muy grande, con unos enormes ojos naranja que le permitían ver a la perfección en la oscuridad. Esta fiera tenía un aspecto parecido a un carnero, puesto que su pelo era blanco y enredado y en su cabeza sobresalían dos enormes cuernos retorcidos semejantes a la concha del caracol. Estos cuernos eran muy fuertes, del color de la madera de roble.


En uno de los templos griegos de Apolo unos manuscritos cuentan que el helioatra llegó a rebelarse contra Hércules en uno de sus viajes. Sólo se trata de mitología.


También se cuenta que el helioatra habitaba en las cumbres de las montañas donde no hubiera nieve, para estar cerca del sol.


Decían que en la época de apareamiento los helioatras hacían grandes hoyos orientados al sur, para que, cuando las hembras parieran, las crías pudieran desarrollarse allí.


Estas bestias se alimentaban de huesos roídos por otros animales, así que se les podía considerar como carroñeros.

Actualmente de los helioatras no se sabe mucho, excepto en algunas culturas desconocidas por la sociedad. Hay personas que desean que el culto a los helioatras siga intacto, pero, posiblemente, estén ya extinguidos, como muchos animales no fantásticos.


ALVARO ILLESCAS 6º A







viernes, 11 de diciembre de 2009

EL REGALO DE ZEUS

El día 14 de agosto de 1998 a mi madre le empezaron a dar dolores y rompió aguas.

Se fue para el hospital y los médicos le dijeron que yo ya asomaba la cabeza.

Entró en la habitación y tuvo un parto muy rápido. Yo salí con los ojos abiertos y sin llorar y el médico me dio dos azotazos para que llorara.

Una hora más tarde Zeus – el dios – vino a mi cuna y me tocó con su rayo. Me dio el poder de respirar debajo del agua. Y yo, que lo sé mejor que nadie, digo que ese poder es fantástico.

Os cuento. Ese poder es como un sexto sentido que algunas veces te saca de muchos apuros y puede llegar a salvarle la vida a alguien.

Entonces me hice socorrista. Un día vi a una niña que se estaba ahogando y, vaya casualidad, esa niña era Mary. La saqué del agua y se fue para su casa.

Otro día se me ocurrió darme un chapuzón en el mar y entonces pasó algo muy extraño:

Me empezaron a salir colmillos y aletas, y buceaba a una velocidad de 1000 Km. por hora.

Desde entonces soy un tiburón bueno que salva a la gente cuando se está ahogando.

JORGE LÓPEZ CONTRERAS, 6º B

PEDRO EL PERFECTO


Era una noche tormentosa, puede que incluso por mi propia presencia.

Descendía del monte Olimpo. Estaba harta de que me evitasen a mí, la diosa Éride. Por ejemplo cuando no me invitaron a la boda de Peleo y Tetis.

Iba a ofrecer un don al primer niño que naciese el 2 de enero de 1999.

En cuanto pude entré y me posé junto al niño seleccionado. Le di el don de la absoluta perfección.

Por fin empezaron a hablarme, debido a que en los ocho primeros años de la vida del mortal llamado Pedro no podía irle mejor: tenía amigos, tiempo libre y sus notas eran las máximas.

Pero más adelante empezó a perder a sus amigos. Muchos le detestaban debido a su perfección. Por ejemplo, perdió a su amigo de la infancia porque se hartó de que lo comparasen con Pedro, así que se fue a otro colegio.

Aún le fue peor a Pedro: no le quedó ningún amigo y tampoco hacía ninguno nuevo. Vivió una infancia solitaria.

A los veinte años, Pedro decidió que debía cambiar. Un día subió al monte Olimpo para rogarme que le quitase el don.

Al final Pedro hizo algunos amigos en la universidad y, aunque ya no sacaba tan buenas notas, no era tan perfeccionista y continuó su vida como alguien normal.

Y así aprendí a no meterme en los asuntos de los mortales.

Moraleja: la perfección no siempre es buena.

ALEJANDRO ALONSO MEMBRILLA, 6º B


12 de Julio de 1998


EL DÍA QUE YO NACÍ

Lo primero que debéis saber es que nací el 12 de julio de 1998. Nací antes de tiempo porque una niña muy parecida a mí y yo no parábamos de pegarnos y darnos patadas. Así que, harta de patadas y puñetazos avisé a mi madre de que esa niña que estaba a mi lado iba a salir. La empujé y con mucho esfuerzo le dije a mi madre:

- ¡Ahí va!

Debí empujarle demasiado porque empezó a llorar a todo pulmón. Pero yo estaba a gusto. Me atravesé. Estaba muy bien. Sólo había un problema: se oían demasiadas voces y no me dejaban descansar, así que cogí unos tapones y me los puse.

Cuando estaba a punto de dormirme entró una luz tremenda de repente, y una mano muy grande me cogió de la pierna y me dio una torta en el culo. Yo empecé a llorar. No me había portado mal… A no ser que fuera por lo de mi compañera.

Me metieron en una especie de caja y mis padres no paraban de asomarse. Yo tenía mucho calor ahí dentro y además todos los días me metían un tubito por la nariz.

Ahora mis padres me cuentan que era para comer, que al nacer antes de tiempo no sabía comer, y lo de esa especie de caja era una incubadora para mantenerme en calor.

ELENA JANSSEN ÁLVARO, 6º B


UN DÍA ESPECIAL

Era de noche. Compartía un sitio pequeño con otra persona que casualmente se parecía a mí. Era raro, pero, a veces, divertido. Sólo a veces, porque aquella persona me pegaba patadas. Ya estaba harta.

Salí. Por el rabillo del ojo vi a mi hermana ponerse cómoda.

¡Cuánta luz! Cerré los ojos y lloré. Me di cuenta de que tenía frío. Pero no me vistieron. Me pusieron una cosa larga con números que se llamaba regla. Más tarde me pesaron. Por último me vistieron y pensé: “Por fin, ya era hora”.

Cuando ya estaba lista (limpia y vestida), me apartaron de mi madre y me metieron en una camita que se encontraba en otra habitación. Era muy cómoda y calentita. Oí al médico que le preguntaba a una enfermera:

-¿Ya la has metido en la incubadora?

Esta última palabra me llevó a la conclusión de que aquella cosa tan cómoda era una incubadora. Era tarde: las 24:00. Había nacido sólo 50 minutos antes: 22:10. Me dormí. Estaba cansadísima.

Ocurrió una cosa que no olvidaría jamás: unas enfermeras y unos médicos vinieron con unos cables, y me los metieron por la nariz. Lloraba, lloraba y lloraba. Dolía. Mi madre me escuchaba desde la habitación de al lado, pero no acudía a rescatarme.

11 años después

Mi madre nos explicó a mi hermana Elena y a mí que aquellos tubos servían para que pudiera comer, porque yo era tan pequeña que no podía. Pues había nacido 2 meses antes de lo normal. “Claro – pensé – la de las patadas no me dejaba en paz”

SARA JANSSEN ÁLVARO, 6º B

jueves, 10 de diciembre de 2009

HECTOR


HÉCTOR


Es un personaje muy valiente y le gusta luchar. Era hijo de Príamo y de Hécuba, hermano de Paris. Era el mejor guerrero troyano y jefe de su ejercito. Luchó en un combate singular contra Ayax. Héctor iba perdiendo pero ya se hizo de noche y el combate terminó y cada uno le regaló una cosa al otro. Él también mató a Patroclo tirándole la lanza en el vientre. También luchó contra Aquiles y este lo mató. Luego Aquiles le ató al carro y dio siete vueltas alrededor de Troya arrastrándolo por el suelo.

Rosu Gean

y

Elena Janssen

6º B

viernes, 4 de diciembre de 2009

NAVES NEGRAS FRENTE A TROYA

En sexto B estamos leyendo "Naves negras frente a Troya". Es una adaptación de la Ilíada. Cuenta cómo se originó la guerra de Troya y aparecen muchos personajes de mitología. Este dibujo representa a uno de sus principales protagonistas, Aquiles, hijo de la diosa Tetis y el mortal Peleo, que fue sumergido por su madre en la laguna Estigia para hacerlo invulnerable. Y casi lo consigue, pues nadie podía herirlo en todo el cuerpo, menos en el talón. Habréis oído hablar del famoso talón de Aquiles. Pues ese.
En la guerra de Troya combatió de parte de los griegos, como príncipe de los mirmidones.

martes, 1 de diciembre de 2009

EL EXTRAÑO CASO DE NIÑO SIN NOMBRE


EL EXTRAÑO CASO DEL NIÑO SIN NOMBRE

La historia se remonta a un día de invierno de 1998.
Yo nací en una casita situada en un monte de los Alpes.
En ese momento llamaron a la puerta.
Mis padres se extrañaron porque mi hermano William no volvía a casa hasta la noche. Sólo podía ser el cartero con un mensaje urgente.
Mi padre abrió la puerta, ya que mi madre me sostenía en sus brazos y estaba reposando.
Efectivamente, era el cartero. Nos anunció que mi hermano William había muerto en un accidente de avioneta.
Mis padres se echaron a llorar.
William tenía diecinueve años, era biólogo y se pasaba todo el día fuera de casa.
Yo no conocí a mi hermano, tan sólo escuché rumores sobre él.
Fui creciendo y un día mi padre Tom y mi madre Carol se reunieron para contarme cosas de mi hermano William.
Me contaron lo mismo que yo ya sabía por rumores, pero nada más.
Yo me pasaba todo el día dentro de mi casa porque no podía ir al colegio, que estaba a 200 millas (321 Km.)de esta.
Mis padres me enseñaron a leer y escribir, aprendí por mi cuenta a realizar todo tipo de operaciones.
Con el paso del tiempo, al ser lo bastante mayor, me explicaron todos los peligros de fuera de casa.
Manejar una escopeta no era fácil para mí y por eso no pude salir.
Cumplidos los veinte años, uno más que mi hermano, salí de casa por primera vez.
Era verano, pero tenía mucho frío, por eso mi madre Carol me cosió una chaqueta de piel de oso y un gorro de lana.
Quería ser biólogo como mi hermano, pero mis padres temían que me ocurriese lo mismo que a William.
Con el tiempo me acostumbré al frío pero estaba ya harto.
No quería salir de casa y entré en mi cuarto para leer.
El libro era muy interesante. Trataba de un safari y contaba la historia de un biólogo que realizaba observaciones sobre un león al que llamaba Sansón, porque era tan grande como él.
Yo quería ir a Africa para ver el safari y ser biólogo como el hombre del libro que leí.
Se lo conté a mis padres, pero no querían que me fuese.
Cumplí veintisiete años y pregunté a mis padres lo de ir a África. Y por sorpresa me dijeron que sí, porque era lo bastante mayor.
Metí toda la ropa del armario en una maleta, en otra libros -entre ellos uno de William y el mío del safari- y, cómo no, la escopeta.

Llegó la hora de partir, me despedí de mis padres y empecé a bajar el monte, pero no me podía ir sin dinero. Subí a mi casa, llamé a la puerta y, una vez con el dinero, me fui otra vez monte abajo.
Llegué a una ciudad y pregunté donde se conseguían los billetes de avión para África.
Un buen hombre me lo explicó todo muy bien.
Llegué al aeropuerto, esperé sentado en una especie de silla y escuché una voz muy fuerte, que no sé de dónde procedía, diciendo: “Rumbo a áfrica, pasajeros, rumbo a África”.
Seguí a la muchedumbre que se dirigía a una mujer muy bien vestida y, como todos sacaban del bolsillo sus billetes, yo saqué el mío.
Dí el billete a la mujer; parecía que se lo quedaba y seguí por aquel pasillo.
Pero la mujer se dirigió a mí corriendo y me devolvió el papel con un agujero.
Entré al avión y otra mujer me cogió el billete. Yo, pensando que me lo quería quitar, salí corriendo y ella detrás de mí.
Me explicó para qué era y yo, rojo como un tomate, se lo di. Ella me dijo dónde me tenía que sentar.
Para mí era nuevo todo aquello, pero aprendí algo.
Una vez que aterrizamos y salí del avión me dio mucho calor.
Entré en una tienda y me compré ropa fresquita y un sombrero de safari, según lo que ponía en el ticket.
Aquella ropa era muy incómoda, porque no estaba acostumbrado.
Un coche negro se acercó a mí, se abrió la puerta y un hombre me metió dentro del coche.
El hombre empezó a hablar, dijo que conocia a mi hermano y que sabía que yo quería ser biólogo.
Yo no sé cómo lo sabía porque aquellas palabras jamás habían salido de mi casa y, además, a nadie se le ocurrió subir a nuestra casa en los Alpes, excepto el cartero.
Y puede que fuese él quien dio la noticia.
Entonces recordé la cara del cartero y era aquel hombre.
Paramos el coche en una cabaña rodeada de un campo que me recordó al safari.
Dentro de la cabaña tenía todo tipo de pistolas y unos animales que no daban señales de vida y tenían la cara atravesada por la pared.
Salí fuera para ver su cuerpo, pero no tenían.
Entré y medieron una escopeta negra con el mango de madera, era más bonita que la mía.
Nos montamos en el coche y al rato paramos, miré por la ventana y vi a Sansón.
Me explicaron cómo se diferencia el macho de la hembra ¡cosa fácil!
Me dieron un objeto con dos tubos y un cristal y me dijeron que eran unos gemelos.
Yo no sabía cómo se usaban, pero, por intuición, me los puse en ls ojos y miré. Se veía muy lejos.
Me explicaron cómo se podía mirar y, como siempre, acabé rojo como un tomate.
Seguimos el camino y vimos un animal super alto, era una jirafa, según el cartero y el conductor.
Todo aquello era precioso.
Me quise apear del coche y me dejaron, pero con aquella escopeta.
Escuché unos pasos por detrás y después un rugido de león.
Era Sansón, me acerqué a él y él, con cara de furia, se acercó también, el conductor dio marcha atrás al coche y el cartero abrió la puerta, me cogió del cuerpo y pegó un tirón para meterme dentro del coche. Me explicó que me podía matar.
Cumplí veintinueve años y conseguí ser biólogo.
¡Así me paso la vida!
Un día recibí una carta de mis padres en la que me decían cómo me llamaba.
Porque ni siquiera me lo dijeron cuando nací.
¡Ah, me llamo Peter!


BLANCA BAS PÉREZ, 6ºA