jueves, 15 de abril de 2010

Una redacción de Álvaro



EL DIARIO DE WANDA

Álvaro Illescas Ruiz, sexto A

10 de Mayo de 1918

Querida Emma:

El hambre se apodera de mí, no sé exactamente por qué papá no me pone ni la mitad de la comida que le ofrece a Edwin y Leopold, quizás se quiera deshacer de mí matándome por inanición, porque, por muy duro que me resulte, no es nada fácil mantener a una niña enferma, ni mucho menos tratándose de leucemia.

La vida, o mejor dicho, lo que me queda de ella, se me hace insufrible, cada vez siento que la tierra me traga hacia ella, posiblemente sea una señal que Dios me quiere dar, de que ya me queda poco para que se acabe este dolor, para que pueda descansar confortablemente en vez de pasarme todo el día labrando esta tierra insatisfecha que nada nos beneficia, que lo único que hace es desgastar mis pobres y doloridos huesos, los cuales no se pueden reponer de ninguna forma, pues no hay comida para ello, ni mucho menos cuando no te alimentas ni con la poca que poseemos.

Levantar la azada se me hace imposible, no tengo apenas fuerza para nada, y como consecuencia de esto, papá no cesa de regañarme, me insulta constantemente. En ocasiones pienso que para papá no somos más que esclavos, y que no es consciente de la detestable enfermedad que me tiene encarcelada.

Tuya, Wanda

14 de Mayo de 1918

Querida Emma:

Justamente después del almuerzo he visto a mamá hablar a escondidas con papá, estaban en el cobertizo. A mamá le temblaban las manos, parecía muy alterada. Papá intentaba tranquilizarla dándole un abrazo y acariciándola, nunca había visto en papá tal gesto de cariño.

Pero en ese momento cayeron de los rojizos ojos de mamá dos lágrimas; parecían hablar de algo que le afectaba demasiado. Por eso, solté el cubo de agua que acababa de traer del pozo en una esquina, y me acerqué aún más para oír de qué se trataba, eso sí, escondiéndome entre la paja, para no ser vista, pues tratándose de tan delicada conversación a papá y mamá no les gustaría que les estuviera escuchando. Entonces oí decir de mamá:

-No vivirá mucho más, la noto muy débil, demasiado. No hace sus actividades normales, se encuentra decaída, se cansa fácilmente, esta pálida y le cuesta trabajo respirar.-sollozaba mamá-.

-Debes ser fuerte Caroline, al igual que lo somos todos. Sé que es muy duro ver como una hija está enferma y no puedes hacer nada para remediarlo, ¿crees que a mí, a Edwin y a Leopold no se nos hace duro? Todos tenemos que poner de nuestra parte para hacer que este mal se haga más sufrible.-contestó duramente papá-.

No soporté oír ni una sola palabra más, un fuerte escalofrío pasó por mi cuerpo, sentí como si me derrumbara, pero saqué fuerzas de flaqueza y salí corriendo hacia mi habitación. Una vez llegué allí, salté sobre la cama y empecé a llorar desconsoladamente, pues se me hacía imposible creer que mi familia no tenía esperanzas sobre mí, que mi muerte se avecinaba, que mis horas estaban contadas.

Tuya, Wanda

3 comentarios:

  1. Ciertamente, es muy triste. La foto del barco abandonado y oxidándose me ha parecido apropiada con el estado de ánimo que refleja el texto. Porque, a la vez, tiene algo de esa clara luz del día, el valor de no engañarse.
    Esto no es Disneylandia. Enhorabuena.

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  2. ¡Esta muy chulo!Aunque eso si,es muy triste

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  3. Gracias, aunque da mucha pena, es una escena demasiado delicada.

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